Solía recorrerse cada sábado de arriba abajo la calle de la casa dónde vivía, aún sabiendo que había salido. Se sentaba al final de la barra del bar sola, sin mirar a nadie y se limitaba a remover los hielos de aquella copa de Hendricks con su dedo índice mientras pensaba en tercera persona. Sí, con el mismo dedo con el que dibujó en su espalda planes de futuro los cuáles nunca se llegaron a desarrollar. Se tumbaba en el césped donde rieron por última vez mientras miraba hacia las nubes pensando que a lo mejor podría haber sido eterno. Recordaba como sus labios tuvieron la osadía de besar y rechazar el cielo mientras decía ‘Mi cielo está abajo, a su lado’. Se le aceleraba el corazón cada vez que cruzaban miradas y se limitaba a soñar con los ojos abiertos cada vez que hablaban de recordar. Sentirla era su pasatiempo preferido en los días que más necesitaba una sonrisa y un ‘Todo va a salir bien’. Pero nada salía bien, nada iba bien a pesar de todo.
Solía relacionar todo lo que le rodeaba con su figura. Sus manos la echan de menos, incluso su almohada la echa de menos. Renunció a varias oportunidades que le hubieran hecho también sonreír, pero ella estaba obsesionada con sonreír solamente de la manera en la que le hacía sonreír su amor. No sabe qué día fue el último, ni la hora exacta a la que sus labios se sellaron para terminar con todo. Ni siquiera sabe dónde aprendió a sonreír por fuera mientras estaba rota por dentro. Su problema fue que nadie le dijo que levantarse tras caerse es más digno que arrastrarse para intentar conseguirlo.
Pero después de todo, el mundo sigue girando aunque no esté a su lado y lo sabe, a pesar de que intente girarlo al revés para poder recuperar todo aquello.
Foto: Eva Blanco.
Sloa.