6 de mayo de 2013

Condenados a recordar


[Se me hacía un mundo. Lo de salir ahí fuera, digo. Estar con personas que no pensaran como tú, que no hablaran como tú, que no besaran como tú...
Me costaba tanto mantener el contacto y no poder mirar a los ojos... Tampoco es que quisiera, claro, porque dime tú de qué me sirve intentar buscarte en miradas en las que sé que no estás.]

Lo que más me aterra es saber que todo se me puede venir encima. Y tú pensarás que no es posible que de un día para otro se me caiga todo; pero no te hablo de un día para otro, no. Te estoy hablando de algo mucho peor: de momentos. Porque en cualquier momento todo puede caerse encima mía como si no pesara. Que cómo, te preguntarás. Pues es más sencillo de lo que piensas, muy a mi pesar, y es condenándote a recordar. Sigues sin entenderlo, así que te lo explicaré tranquilamente.

Hay muchas maneras de hacerlo:

La primera, es involuntaria pero necesaria. En cualquier momento de cualquier día de cualquier mes, vas andando por la calle y, de pronto, cierto olor se cruza por delante de tu vida. Un olor que te resulta muy pero que muy familiar. Tanto, que lo hiciste tuyo durante un tiempo. Sí, se trata de su olor. No el del tiempo, no. Si no el suyo. Me hace gracia; el ''suyo'', como si lo hubiese inventado con sus propias manos... Pero así es, y a pesar de que no hayas buscado volver a encontrar tal olor, necesitabas volver a recordarlo (no te engañes, sabemos que el olor va ligado a recuerdos más íntimos).

La segunda, es paradójica y masoca. Ésta, en mi opinión, es la peor en cuanto a auto tortura. En cualquier momento de cualquier día de cualquier mes, decides ser 'fuerte' (y digo fuerte por no llamarte ignorante e imprudente) y sales a la calle con el fin de encontrar su rostro en otros ajenos. Buscas, como si te fuera la vida en ello, aún sabiendo que si realmente encontrases el ''suyo'' (y digo suyo, como si lo hubiese comprado y se lo hubiera adjudicado de manera consciente) no sabrías dónde esconder la mirada. Llega un momento en el que crees verlo en cualquier parte, en cualquier persona, en cualquier cara, aunque en el fondo sabes que no y das gracias por no encontrarlo. Pero claro, para poder buscar su rostro, has necesitado recordarlo antes. Y si no, explícame cómo se busca algo de lo que no tenemos ninguna idea previa de sus características.

La tercera y última, es enrevesada. La más bonita y dolorosa, sí. En cualquier momento de cualquier día de cualquier mes, decides volver para marcharte, y marcharte para volver. Déjame que te explique. Te conviertes, por una razón u otra, en un saco de dudas. Sabes lo que sientes y lo que debes hacer, y eres consciente de que son conceptos que se oponen. Aquí comienza la lucha entre corazón-cabeza. Pero, claro. Dime tú a qué ser humano has visto que pueda sobrevivir separado de su corazón o separado de su cabeza. A ninguno, ¿verdad? Quieres volver porque el corazón te lo pide, pero la cabeza te pide que te marches. Aunque en cierto momento, la cabeza decide ceder y te obliga a volver, sí. Exactamente en el mismo momento en el que el corazón toma la decisión de que te marches. Y así siempre, hasta que coges o una u otra. Te acabas haciendo daño, claro. Pero, ¿qué más da? No le encuentras en otros ojos, a pesar de que sí lo hagas en otros olores o vayas buscando su rostro por la calle con esperanzas de encontrarlo y no encontrarlo a la vez.

Todos recordamos en momentos concretos, por lo que en momentos concretos todo se nos puede venir encima debido a esos recuerdos.
Y es por eso que nos condenamos a recordar, siempre. O dime, ¿acaso no has recordado a alguien mientras leías?


Sloa.